Llego pronto, como siempre, porque si llegas tarde, pierdes la historia. Llega tarde y te arriesgas a que algún blanco… bueno, creo que esto ya os lo he contado. Muchas cosas han cambiado en estos últimos seis meses. Pero ésa no es una de ellas, desgraciadamente.

Precisamente esta mañana, uno de los redactores vino a mi oficina para hablarme de las manifestaciones contra el Boston Herald, por culpa de un periodista tan ignorante que escribió que deberíamos detener el flujo migratorio de puertorriqueños a este país. Por si no te acuerdas, los puertorriqueños son ciudadanos americanos desde 1918, y Puerto Rico es territorio americano, para bien o para mal. Supongo que también he hablado de eso un par de veces antes. Perdón.

– ¿Qué piensa la gente latina, ya sabes, la comunidad latina, de todo esto? -me pregunta.

Se puso nervioso. Piaba y temblaba como un pequeño canario amarillo.

– No lo sé -le dije-, pero tan pronto ponga nuestra conferencia diaria esta tarde, les pregunto y te cuento.

Asintió con la cabeza y me dio las gracias. Creyó que hablaba en serio. No sólo se creyó que todos los latinos piensan igual, sino que hablamos por teléfono a diario para preparar nuestra próxima, oscura, misteriosa y mágica conspiración. Puede que haya mencionado que nos queda un largo camino que recorrer en este país, y que a veces, sólo a veces, me parece que vamos marcha atrás.

Me siento en el bar. Hoy no quiero beber nada. No he vuelto a beber desde hace dos semanas, cuando Usnavys se casó en San Juan y todas las temerarias se confabularon para decirme que me estaba pasando con la bebida. No soy una borracha, ¿me entiendes? No lo soy, sólo que ellas, como siempre, reaccionaron exageradamente. Es sólo que en aquella época, cuando bebía un poco, no era feliz. Y la tristeza puede llevarla a una a hacer tonterías. Pero ahora soy feliz.

¿Sabes lo más asombroso? Cuicatl está vendiendo más discos en Nueva Inglaterra y Nueva York que en otros estados, a excepción de California y Texas, por primera vez en el caso de un disco de rock en español. La revista Sound Scans demuestra que las cifras empezaron a dispararse cuando Amaury, mi novio, empezó a trabajar para ella. Jamás lo habría imaginado. Nunca he visto a nadie trabajar como él. Organiza fiestas todas las noches, cada vez en un sitio nuevo. Parece como si todos los dominicanos se conocieran. Dice que es fácil, porque las fiestas forman parte «del alma dominicana». ¿Lo sabías? ¿Sabías que los dominicanos fueron el grupo inmigrante más numeroso de Nueva York en la década de los noventa? Llegaron millones, y hasta ahora nadie en la industria de la música les había prestado atención. En el Gazette todavía no han reparado en que los dominicanos están por todas partes. Estoy demasiado cansada de luchar para que me importe.

Jamás me imaginé que Amber le debería su éxito mexica a un montón de afrodominicanos. Es muy gracioso. Cuicatl dice que quiere que su próximo disco tenga más influencias dominicanas. Me gusta Amaury. Aunque no estoy segura de quererle. ¿Es malo? O sea, me asusta por lo fácil que está siendo, o porque al fin me estoy dando cuenta de que debo reconocer lo que soy -una americana de clase media- y dejar de seguirle el juego al estereotipo de extranjera que tanto les gusta a mis redactores. Amaury es buena gente, pero para mí, no es perfecto. Quizá no hay nadie perfecto. Quizá Amaury también es americano. Interesante.

El director de marketing latino de Wagner llamó ayer a Amaury; quiere reunirse con él, descubrir su secreto. Parece que quieren que los ayude en otros proyectos, y no sólo con Cuicatl. Le han ofrecido un sueldo de cincuenta mil dólares al año, más beneficios. Le dije que aguantara hasta que le ofrecieran más, y eso está haciendo. Ya ha ahorrado dinero y su hermana y él van a traer a su madre y a otros parientes a Boston, a un apartamento en Dorchester, para que reciba atención médica. Se ha mudado conmigo definitivamente, y cuando no está trabajando, va a clase o busca palabras en su diccionario español-inglés. Tal vez sea una locura, pero este hombre ni me miente, ni me engaña. Vivimos juntos tranquilamente. Siempre está disponible, y me invita a todas las fiestas que organiza. Es inexplicable, pero confío en él. Otra vez tengo la talla cuarenta. No te puedes imaginar lo que eso significa. ¡Significa que soy feliz! ¿Y sabes algo más? Amaury me quiere así de gordita. Me ha dicho que le gustaría incluso un poco más gordita.

– Las americanas están en los huesos -dice-. Y eso no es nada atractivo.

Y hablando de gorditas, Usnavys es la siguiente, como siempre. Esta noche no ha querido ser menos y aparece con sombrero. Y no quiero decir un gorro de invierno. Ya estamos en plena primavera, la nieve se ha derretido y las florecitas aparecen repentinamente en cada árbol, es una época plena y radiante en Boston, y eso sólo puede significar algo en el vestuario de Usnavys: color y sombreros. Es uno de esos sombreros con redecilla delante, un sombrerito redondo. Es morado y hace juego con el traje bordado en blanco de arriba abajo, y los zapatitos de punta que le comprimen los pies. Va vestida a lo Jacqueline Onassis. O tipo huevo de Pascua de Resurrección. Y habla por ese diminuto móvil. Parece aún más pequeño que el del año pasado. Y sí, está un poco más gorda. Todas nos hemos dado cuenta. Nos la imaginamos apareciendo el día menos pensado con un niño pequeño vestido con bombín y abriguito de pieles.

La próxima en llegar es Sara, sola. No ha salido con nadie desde que desapareció su marido, ¿a alguien le extraña? Aún no lo han encontrado. Dieron con él, pero ha vuelto a desvanecerse. Uy. Hizo que sus padres alquilaran su casa de Miami a un cantante de rap. ¿No es divertido? Se mudaron aquí para ayudarla con los niños. Su madre los cuida mientras Sara se ocupa de su nuevo negocio, «Interiores Sara». He hablado con ella varias veces, y tanto ella como sus padres quieren vender la casa de Chestnut Hill y regresar a Miami, a su antigua casona, «pero sólo cuando el negocio esté asentado a nivel nacional y hayamos empezado con el programa de televisión».

Te cuento lo del programa de televisión en un minuto. Paciencia.

Te he contado hace un rato que creía que Sara sería una gran decoradora de interiores, y lo es. Ya tiene algunos clientes importantes -teniendo el negocio en Newton Corners no le ha venido nada mal ser judía-, y sigue recibiendo llamadas. Ahora puede mantenerse a sí misma bastante bien, y no tiene tiempo ni ganas de pensar en otras cosas. Eso es lo que dice, al menos, y lo respetamos. Sara jamás ha estado sola. Supongo que ahora está disfrutándolo.

Parece que le gusta, y mucho.

Sara siempre tenía buena pinta, como recordarás, vestía bien y todo eso, pero ahora está resplandeciente. Se la ve más joven que el año pasado, aunque sigue pareciéndose demasiado a Martha Stewart, sin el uniforme de presa. Me imagino que en ese tipo de negocio parecerse a Martha Stewart no viene mal. Sobre todo si estás pensando en tener tu propio programa de televisión de decoración en español. Elizabeth, que regresó corriendo a Estados Unidos cuando los polis de Barranquilla empezaron a investigar su «estilo de vida», produjo el programa piloto, y Target ya se ha interesado en lanzar una línea de complementos para el hogar diseñados por Sara en ciudades con mayorías hispanas, como Chicago y Houston.

Ése es el programa de televisión. La cadena en español más importante del país quiere transmitirlo los días laborales por la mañana. Sara quiere llamarlo Casas Americanas. A mí me suena muy bien.

Quizá tanta buena noticia es el motivo de que Sara vista con colores más luminosos. No es que parezca un pavo real o algo así. Pero mírala. Lleva una blusa naranja chillón, un suéter blanco atado alrededor de los hombros, vaqueros caros, y mocasines naranjas. Parece otra mujer. Todavía va perfectamente maquillada, con el pelo impecable y todavía cuenta historias. Sigue hablando endemoniadamente alto. Pero hay algo nuevo en ella, una alegría interior. Casi, casi, me dan ganas de llorar. Tendríais que haberla visto en el hospital, entre todos esos tubos y máquinas. No pensé que sobreviviera. Pero lo hizo. Y ahora miradla. Mi temeraria.

Aquí viene Liz. Selwyn la ha traído. Tuvieron que echar a los universitarios de casa de Selwyn, donde viven ahora. Me alegro de que haya vuelto.

Liz se ha dedicado a tiempo completo a producir el programa de Sara. Está loca por marcharse a Miami, donde piensan rodar el programa. Ella dice que allí podrá terminar de escribir un libro de poemas. Miami. Me da mucha pena porque voy a echar de menos a mis chicas, ¿entiendes? Yo también empiezo a sentir la llamada del sur. Miami podría ser un buen cambio, si ese pequeño periódico de allí estuviera dispuesto a contratar a una cubana de izquierdas como yo. ¡Jamás! Quizá a Amaury le vaya tan bien con el marketing que pueda retirarme del tóxico negocio periodístico y hacer algo verdaderamente importante, como tener un par de niños. No quiero adelantarme a los hechos pero, eh, soñar no cuesta dinero.

Y ahora llega Cuicatl -finalmente he aprendido a decir su nombre, porque es imposible no hacerlo cuando los adolescentes lo gritan en la calle y lo llevan escrito en las camisetas- en una limusina larga y blanca. Nos dice que la discográfica se ha empeñado, y que no fue ella quien la escogió. Pero dice que ya es hora de que una mexica viaje con estilo.

Ejem, discúlpame.

¿Quién se cree que es esta princesita mexicana? Estoy de broma. No puedes imaginarte lo contentas que estamos por ella. Era la que más nos preocupaba. Entra con un top estrecho, vaqueros de cadera baja, botas, gafas de sol y el pelo revuelto, y Usnavys grita:

– Dios mío, sucias, no puedo creer que aún se acuerde de nosotras. Le dije que cuando por fin diera el pelotazo no nos olvidara. Pero mírala, actúa como si no nos conociera.