– Sí.
– Bien. ¿Ya puedes sentarte a mi lado?
– Sí.
Vuelvo a la cama.
André se acerca, me besa con dulzura, cuidadosamente, con los labios cerrados. Me besa en la boca, luego en las mejillas, el cuello, la boca otra vez. Tiernamente. Sus labios son suaves y carnosos, la cara impecablemente afeitada. Nada que ver con besar a Brad, cuyo olor me era insoportable y cuya barba pinchaba. Podría respirar André para siempre y nunca me cansaría. Le mordisqueo el labio inferior y siento que me sonríe.
– Eso está mejor -me dice.
Me aparto. Esto es casi perfecto, pero quiero que las cosas sean como me las he imaginado. El alcohol me ha dado calor y la confianza que me faltaba hace unos minutos.
– Un minuto -digo-. Quiero cambiarme de ropa.
– ¿Por qué? Estás muy bien.
– Es que tengo algo que quiero ponerme -digo.
Cuando me aparto, gimotea un poco, me retiene. Cuando me separo de su abrazo, se derrumba en la cama con una risa abierta, da patadas como un bebé con una rabieta.
– ¿Sabes? Eres muy dura -dice-. Tienes la coraza más dura que he visto.
Recojo mi bolso y me lo llevo al baño. Hay un espejo de cuerpo entero detrás de la puerta. Abro la maleta, y saco la lencería. No abulta mucho. Abro la puerta de nuevo, cojo mi copa de champán, y termino lo que queda. Me sirvo más, y también lo termino. André está apoyado en los almohadones de cuadros y me mira divertido.
– ¿Qué estás haciendo? -pregunta.
– Lo que siempre he soñado -digo.
Las palabras suenan raras. Estoy un poco mareada. Me río tontamente y vuelvo al baño, cerrando la puerta detrás de mí.
Me quito la ropa, utilizo una toallita para limpiarme mis partes, entonces recuerdo que limpiar tiene un significado distinto para André. Y sonrío. Cojo el sujetador rojo y me lo coloco en el pecho. No son grandes, pero tampoco pequeñas. Soy una copa B, y el relleno del sostén me convierte en C sin necesidad de cirugía. Después me pongo el tanga rojo de encaje. A mi madre le daría un ataque si viera lo que estoy viendo en el espejo. Me siento en el borde de la bañera con patas de garras, y me subo las medias rojas hasta los muslos, primero la pierna izquierda, luego la derecha. Despliego el liguero, y lo engancho a las medias. Entonces saco los zapatos de tacón rojos del fondo de la maleta y me los pongo. Me pongo de pie y me miro en el espejo. Me veo muy bien. Parezco una modelo de catálogo, con el pecho un poco más pequeño. No tengo nada de grasa, pero no he perdido las curvas. Parezco saludable, sexy, es como si me viera desde fuera, porque no estoy acostumbrada a verme con buenos ojos. Me gusta mi aspecto. Pero no estoy segura de poder enfrentarme a André así, incluso con el champán fluyendo por mis venas. Me lavo los dientes, me pongo desodorante y perfume, pero sigo sintiéndome insegura.
Saco el móvil de mi bolsa y marco el número de Lauren. Contesta.
– ¡Lauren! -susurro-. Soy yo, Rebecca. Necesito hablar contigo.
– ¿Rebecca? -pregunta. Parece sorprendida-. ¿Estás bien?
– Estoy en un baño en Maine con la lencería roja puesta.
– ¿Que estás qué?
– Estoy aquí con André, pero no puedo hacerlo. Me he puesto la ropa interior pero estoy muerta de miedo. ¿Qué hago?
– Por Dios, Rebecca ¿Hablas en serio? -la oigo reírse.
– Sí, hablo en serio.
Riéndose todavía, dice:
– Es genial.
Fuera, en el dormitorio, André me llama y me pregunta si estoy bien.
– Sí, estoy bien -digo.
Entonces le susurro a Lauren:
– Lo deseo tanto…, pero nunca he hecho esto. Necesito tu ayuda.
– Vale, vale. Rebecca, escúchame. Eres sexy, ¿no? Lo eres. Esto es lo que vas a hacer. Vas a salir de ese baño y vas a deslumbrarlo con tu sensualidad. ¿Me oyes?
– Sí. ¿Cómo?
– Sé tú misma, Becca. Es todo lo que tienes que hacer.
– ¿Yo misma?
– Olvídate de tus complejos. Libéralos, como una pesadilla. Vive el momento. ¿De acuerdo?
– ¿Me pinto los labios?
– Sí, de rojo.
– Bien.
Busco en mi bolsa de maquillaje, saco un lápiz de labios rojo, y me los pinto.
– ¿Lauren? -pregunto.
– ¿Sí?
– ¿Soy guapa?
– Ay, Dios mío. ¡Por supuesto que sí! Eres guapísima. Ahora vete. Deja de hablar conmigo. Sal.
– De acuerdo.
– Usa un condón.
– De acuerdo.
– Confía en ti. Eso es lo más sexy. No esperes que él lo haga todo. Atácalo. Ponte encima.
Me escucho reír como si estuviera muy lejos.
– De acuerdo, lo haré.
– Llámame más tarde y me lo cuentas todo -dice Lauren-. Quiero decir todo.
– Sólo si me prometes no escribir sobre esto en el periódico.
– Te lo prometo.
– Está bien. Adiós.
Cuelgo, me miro en el espejo de nuevo. André está tocando a la puerta.
– ¿Estás hablando por teléfono? -pregunta.
– Lauren. Tenía que hablar con Lauren.
– ¿Todo bien?
– Sí, vuelve a la cama.
– Si insistes.
– ¿Estás en la cama?
– Sí.
Respiro hondo, y me digo que soy sexy e irresistible. Me meto la mano entre las piernas y estoy húmeda. Dejo mi mano allí un momento para darme confianza. Estoy mareada por el alcohol y la emoción del momento. Quiero que todo salga perfecto. Me huelo el dedo y mi propio olor me excita.
Abro la puerta. André está sentado al borde de la cama leyendo el menú de un restaurante chino de comida para llevar, con los codos en las rodillas. Me mira, y se le cae la carta de las manos. Tiene la boca abierta. No puede hablar.
No estoy segura de cómo se supone que tengo que andar con estos zapatos. Nunca ves a ninguna mujer andar con ellos, sólo las ves tumbadas. De alguna manera tengo que llegar de la puerta del baño a la cama. Camino y trato de mover las caderas. El champán ha hecho su efecto y ya no tengo miedo. Creo de verdad que soy sexy, porque lo soy. Soy una mujer. Como cualquier otra. Tengo el mismo cuerpo, los mismos deseos y las mismas fantasías.
– ¡Jesús! -dice André-. Estás preciosa.
Esta vez soy yo quien le pone un dedo en los labios.
– Shhh -digo-. No hables. No hemos hecho nada más que hablar desde que nos conocimos. Cállate.
Sonríe con un lado de la boca y se echa hacia atrás sobre los codos. Sus piernas cuelgan fuera de la cama. Todavía tiene los zapatos puestos. Sin apartar la mirada de él, me arrodillo y se los quito. Sus párpados tiemblan, se moja los labios con la lengua. Paso mi mano lentamente por la pernera de sus pantalones, rodillas, muslos, y me detengo al lado de lo-que-ya-sabes. «¿Lo-que-ya-sabes? -Ni siquiera puedo pensar la palabra-. Junto a las pelotas. Y el pene.» Ahí mismo.
– Rebecca -dice-. Ven aquí.
– Shhh -digo.Le recuesto sobre la cama. Todavía está vestido, tumbado boca arriba. Me arrodillo encima de él. Me gusta. En mi fantasía él siempre estaba vestido y yo no. Intenta incorporarse, pero lo empujo hacia atrás.
– Todavía no -digo-. Espera.
Se le ve divertido, y excitado. Noto su excitación debajo de mí.
Utilizo el dedo con el que me he tocado antes para dibujar sus labios, nariz y el contorno de sus bonitos ojos. Le meto el dedo en la boca, siento los dientes y la lengua. Entonces me inclino sobre él y le beso apasionadamente. Me acerca bruscamente hacia él, y me da la vuelta dejándome abajo. La cama cruje con el movimiento.
– Ahora te toca a ti -me dice entre besos.
Recorre mi cuello con sus labios lentamente, una mano en el pelo y la otra en mi pecho.
– He soñado con este momento -dice, mientras me desabrocha el sujetador-. Desde que te conocí llevo soñando con esto. Estoy loco por ti.
Mientras me besa los pechos, lo miro. Su oscura piel contrasta con la mía. Con Brad, era yo la que tenía la piel más oscura. Odiaba que Brad lo comentara y no quiero decirle nada a André. Recuerdo una frase que aprendí en la clase de historia del arte: «claroscuro». Luz contra la oscuridad. ¡Precioso!
Hago ruidos que nunca había oído. André juega con mis pezones como nadie lo ha hecho antes. Muerde, besa, acaricia, y los dibuja. Arqueo la espalda.
– Quítate la camisa -le digo.
Se pone de pie y se la quita. Me levanto también, y lo miro. Quiero sentir su pecho contra el mío. Me alegra ver que tiene poco pelo en el pecho, y ninguno en los brazos o en la espalda. Tiene los músculos bien definidos y fuertes. No tiene nada de grasa.
– Qué guapo eres -digo-. No me puedo creer lo guapo que eres.
– Gracias -dice.
Me encanta su acento, y su apunte de sonrisa. Me vuelve loca.
Estamos de pie abrazándonos, besándonos. Es cálido y fuerte, tal y como imaginaba. Empuja su pelvis contra mí, y para mi sorpresa yo también empujo. Le acaricio a través de los pantalones, y me alegra descubrir que es bastante potente, suficientemente grande para ser agradable pero no para hacer daño.
– Dios mío -digo.
Deja escapar un pequeño gemido. Me acaricia entre las piernas, y aparta el tanga. Sabe lo que está haciendo, no como Brad. Grito de placer. André se arrodilla, y me besa el vientre.
– Tienes un gran cuerpo -dice-. Eres increíble.
Me abre bien las piernas, y me besa. Sus dedos, su boca, concentrados en el mismo sitio. Casi no puedo soportarlo. Lo hace tan bien, que tengo miedo de acabar demasiado pronto. Lo detengo, me arrodillo a su lado, repito el favor mientras se tumba en el suelo. Se deshace de los pantalones sacudiendo una pierna, y allí está, desnudo. Es increíble en todos los aspectos.
– Quédate ahí -le ordeno.
Voy a buscar mi bolso al baño, saco un condón. Cuando vuelvo, se está acariciando, moviendo la mano a lo largo del pene. Se detiene al verme.
– No -digo-. Sigue. Quiero verte hacerlo.
Nunca he visto masturbarse a un hombre, aunque siempre he querido hacerlo. André accede, y me pide que haga lo mismo. Me siento, abro las piernas, cerca de él, y aparto el tanga hacia un lado con una mano, con la otra me acaricio. Me mira. Lo miro. Hasta que no podemos mirarnos más.
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