– Esto es de lo más divertido.

– Qué demonios -dijo él entre profundas inhalaciones-, si todavía no hemos llegado a la parte divertida.

– Llévame a dar otra vuelta -le exigió la joven.

Sintió el ligero cambio que se produjo en el cuerpo de él. Mistral inició un suave trote y se levantó tanto en el aire que le hizo pegar un pequeño chillido antes de acomodar el paso a un ritmo más suave. Leigh sintió de nuevo ganas de reír cuando el aire le levantó el cabello y las columnas iluminadas por el sol giraron a su alrededor como si estuviese en un carrusel. Subió los brazos hasta el cuello de S.T., lo rodeó con ellos y lo besó.

Él giró el rostro e intentó besarla en la boca, pero la joven hundió el rostro en su hombro. Le acarició la piel desnuda con la lengua y le supo a sal y a calor. Recorrió con los labios el cuello del hombre al ritmo que marcaba el caballo.

– Sunshine -dijo él con voz ronca. Cuando el cuerpo de la joven se meció contra él, bajó las manos hasta rodearle con ellas las nalgas y se apretó contra su cuerpo.

Mistral cambió a un trote.

S.T. soltó una maldición. Leigh se movía hacia arriba y hacia abajo: su cuerpo adoptaba una postura incontrolable frente al de él con aquel nuevo paso saltarín. Se aferró a S.T. mientras reía sin control. Mistral volvió al suave trote de antes.

– Esto no va a funcionar -murmuró S.T.

Leigh movió el cuerpo sinuosamente hasta encajarlo mejor en su regazo. Ahora se sentía lo bastante segura como para levantar las piernas y rodearle con ellas las caderas, apoyada en sus mulos y en las manos que él había introducido bajo su cuerpo.

– Inténtalo con más fuerza -dijo, provocativa. Le lamió el lóbulo de la oreja con la lengua y jugueteó con él cada vez que lo tuvo al alcance.

Él reaccionó a sus caricias; su respiración que ya era agitada se volvió trabajosa y la asió con fuerza con sus manos. Emitió un sonido bajo y profundo y trató de acercarla todavía más. Bajo la bata y los volantes de la enagua, solo llevaba unas medias de seda. Al seguir el hombre el ritmo del caballo con sus movimientos, Leigh se ciñó más y más con cada uno de los pasos, y su cuerpo se abrió para recibirlo con total desvergüenza.

Se echó hacia atrás todo lo que sus brazos le permitían y dejó que fuese él quien sostuviese todo el peso de su cuerpo sobre sus hombros. Bajo sus manos la piel desnuda del hombre ardía. El cabello suelto de Leigh flotaba en torno a su cabeza mientras veía cómo el sol que entraba por las altas ventanas se inclinaba y giraba sobre ella.

El rostro de S.T. era la única cosa estable dentro de su campo de visión; estaba intensamente excitado mientras la contemplaba y sus pestañas se entrecerraban ligeramente con cada movimiento. Leigh echó la cabeza hacia atrás y arqueó el cuerpo sobre él como una gata.

S.T. exhaló aire con fuerza y se asentó. Mistral se detuvo de pronto. S.T. la envolvió entre sus brazos y la besó con fiereza mientras clavaba los dedos en ella y ceñía con su abrazo las amplias faldas de lino en torno a la cintura y a los hombros de Leigh.

Mistral se movió inquieto. Cuando el caballo empezó a brincar, Leigh cabalgó sobre el cuerpo de S.T., estable gracias a su abrazo y a la boca con la que cubría la suya con besos agresivos y profundos. Con un movimiento lleno de ímpetu, él introdujo el brazo entre ambos, sin dejar de sujetarla fuerte con la otra mano ni separar los labios de los de ella, invadiendo su boca y sorbiéndole la lengua mientras rebuscaba entre el desorden de sus enaguas y se desabrochaba los pantalones.

– Mi seductora esposa -le rodeó las nalgas con las manos y la atrajo hacia sí. Su aliento quemaba-. Mi preciosa mujer… -Inclinó el rostro hasta el hombro de ella y la penetró despacio con ella montada sobre él. Leigh echó la cabeza hacia atrás e hincó las uñas en la piel desnuda de S.T. El caballo se movió de forma irregular, pero solo consiguió que él entrase más en ella y se adueñase de su cuerpo con pasión y desenfreno-. Mi pequeña madre erótica y deliciosa -murmuró con rudeza-, quiero devorarte.

– Llévanos a dar otra vuelta -le rogó ella con abandono.

Él soltó una risa temblorosa.

– Es peligroso, encanto mío. Este pobre animal no tiene ni idea de a qué viene todo esto.

Ella movió las caderas de forma provocativa y le acarició el labio inferior con la lengua.

– Llévanos -dijo entre susurros.

S.T. cerró los ojos. Ella le mordisqueó con suavidad las comisuras de los labios y se los lamió con la lengua. Él sintió que una llama ardiente le recorría el cuerpo, sintió el impulso de penetrarla en respuesta, sintió que los músculos de su cuerpo estaban en tensión, a punto de ser presa de intensos estremecimientos por culpa de aquel conflicto entre pensamiento y deseo.

Los brazos se cerraron en torno a Leigh cuando asió con ambas manos las crines de Mistral. La besó con ímpetu y con su lengua hambrienta exploró la dulzura de su boca.

– Agárrate a mí, caruccia.

Entonces se movió como su deseo le exigía; se hundió en la envolvente calidez del cuerpo de ella y esa arremetida deliciosa sirvió también de señal a Mistral para iniciar un nuevo trote. Rodeada por sus brazos, toda la fuerza del movimiento del caballo se transmitió al cuerpo de Leigh a través del hombre. Leigh se adhirió a él. S.T. gimió de placer y sintió que las zancadas del animal lo impulsaban hacia abajo con una exquisita sensación de alejamiento, para a continuación hundirlo de nuevo en ella. El animal respondió con una zancada más larga.

S.T. apretó los dientes para reprimir un gemido de frustración; no podía hundirse en ella con más profundidad solo con sus propias fuerzas, si no quería forzar a Mistral a aumentar de velocidad y ponerse a galopar. Tuvo que dejar que fuese la fuerza del caballo la que lo controlase todo, y resultó un tormento lleno de lascivia: tan dentro de ella y sin embargo sin profundidad suficiente. Quería moverse con más ímpetu, Dios, quería empujarla hacia abajo y tomarla con toda la fuerza de su cuerpo. El rostro de ella estaba hundido en la curva de su hombro, y con las manos le acariciaba la parte posterior del cuello.

Mistral se ladeó para dar un amplio giro. S.T. había renunciado a guiar al caballo para que trazase círculos disciplinados. Le traía sin cuidado el camino que siguiese; el deseo de alcanzar el clímax se imponía a su concentración. El pelo suelto de Leigh le acarició el rostro, suave y perfumado. Pensó en el hijo que ella llevaba en su interior, en su cuerpo echado bajo él en una amplia cama, mientras el trote de Mistral lo movía rítmicamente en un acto de divina tortura.

Sintió cómo la respuesta apasionada de ella iba en aumento, la forma en que se apretaba contra él pidiéndole más, mientras respiraba a sorbos pequeños y delicados junto a su oído. Pero él no podía moverse. No podía terminar. Solo podía soportar las dulces oleadas de calor que de ella emanaban, el peso imperioso de su cuerpo sobre los muslos; la forma cautivadora en que él se deslizaba en las profundidades de su interior. Curvó los dedos en torno a las crines de Mistral hasta sentir dolor. Ella tembló, se estremeció y se dobló contra su pecho; bajó los pies hasta rozar con ellos sus piernas y los flancos del caballo. El movimiento la acercó más e hizo que cada vez que Mistral subía los hombros él se hundiese más y más en ella hasta dejarla clavada. S.T. pensó que tanto placer lo iba a matar.

– Para -dijo entre jadeos-. Quiero parar… -Intentó echarse hacia atrás y detener el caballo, pero su habilidad lo había abandonado. Mistral caracoleó hacia un lado, confundido e irritado por las señales contradictorias que recibía. S.T. se deslizó hacia atrás, exhaló un gemido de dolor cuando la unión se rompió, y soltó las crines de Mistral para asir a Leigh por la cintura.

– Suficiente -dijo con voz rasposa, y la apretó con fuerza mientras se reclinaba hacia atrás y pasaba la pierna sobre el cuello de Mistral. Bajaron del animal tambaleantes y con las ropas en desorden. Mistral relinchó, saltó a un lado y salió a todo galope pista abajo, pero a S.T. le traía sin cuidado lo que el caballo hiciese siempre que se mantuviese alejado. Se dirigió al borde de la pista con furia, echó a su mujer sobre el lecho limpio y perfumado de corteza y la penetró con toda la fuerza que su estado le proporcionaba.

Leigh se rió y le rodeó el cuello con los brazos cuando él apoyó todo su peso sobre ella. S.T. se incorporó, se apoyó sobre los codos, le asió las muñecas y tiró de ellas hasta hacer que se abriesen sus brazos bajo él. Cuando la bata de ella se abrió y dejó al descubierto su escote, vio la diminuta estrella de plata sobre su piel y la besó; luego, la besó a ella y la abrazó mientras la poseía. Leigh se estremeció y arqueó el vientre hacia arriba.

S.T. sintió las pulsaciones que brotaban en lo más profundo del cuerpo de la joven, la curva ascendente de su placer de mujer. Aquella ardiente respuesta y saber que el hijo, su hijo, estaba allí dentro de ella… lo empujó al instante, a ciegas, hacia el estallido final.

Al terminar, su cuerpo se mantuvo en suspenso. Luchó hasta controlar de nuevo la respiración. Bajó la cabeza y le rozó el hombro con ella.

Leigh recorrió su espalda desnuda con las manos y lo abrazó con dulzura. Su respiración suave y rápida le acarició la oreja.

– La llamaremos Sunshine -dijo con la boca en el pelo de Leigh.

– Por supuesto que no. -Y le tiró de la coleta-. Ese nombre es mío.

– Entonces Solaire, que se aproxima bastante.

Ella deslizó la mano por su hombro.

– Y además es precioso.

– Yo le enseñaré a montar. Pintaré su retrato. Os pintaré a las dos juntas. -Cerró la mano hasta convertirla en un puño y, a continuación, a medio camino entre la risa y el sollozo, dijo-: Estoy perdiendo la cabeza. Veintiséis dormitorios, por Dios bendito. ¿Qué voy a hacer?