Estoy enfadada. Ya lo creo. Las dos lo estamos. Enfadadas y defraudadas. Hablamos de nuestras situaciones respectivas y nos damos consejos. El mío: dale una oportunidad a Juan y deja de preocuparte por el coche o los zapatos que lleva. El suyo: date tiempo, espera a que aparezca un buen hombre, y asegúrate que tenga mucha pasta.
– Bah -digo, sumergiéndome en el tercer vaso de Long Island Iced Tea-. ¿Sabes lo que voy a hacer?
– ¿Qué?
Miro a mi alrededor en ese vertedero, veo dominicanos de mandíbulas cuadradas, afros cortos, bocas enormes y ropa holgada de diseño. Mueven las caderas de forma antinatural al bailar. Se mojan los labios constantemente, siempre igual. Veo uno más guapo que el resto. Mandíbula fuerte, pestañas largas, labios carnosos, nariz perfecta, hombros anchos y atuendo con buen gusto. Podría ser modelo de Ralph Lauren. ¿Saben a quién se parece? Al presentador de «Soul Train», la estrella negra de la televisión. Tiene una mirada inteligente. ¿Por qué me sorprende? Quiero oír su historia. Probar su sal.
Levanto mi vaso hacia él.
– Navi -mascullo-. Yo, querida, voy a irme a casa con ese tipo.
– ¿Cuál?
– El guapetón con camisa de cuadros verde y chaqueta de cuero de la Warner Brothers.
Lo mira y sacude la cabeza.
– Ay, mi'ja -dice, arrugando la nariz. Mueve la mano delante de su nariz como si oliera mal-. Ése no vale la pena.
– A mí me sirve hoy.
– Ay, Dios mío. Tas loca. ¿Sabes qué? Tas muy bca, mi'ja.
Coloca su mano sobre el vaso que el camarero acaba de ponerme delante.
– Ya has bebido bastante. Ya sé que estás dolida, mi'ja, pero vamonos a casa, ¿vale? No seas tonta. Conozco a ese tipo. No es bueno.
– Claro que es bueno. No hay más que verlo. -Aparto su mano y me bebo la copa de un trago, limpiándome la boca con el dorso de la mano cuando termino-. En serio. Es guapísimo. Parece un revolucionario, un guerrillero.
Se da cuenta de que le estoy mirando y me sonríe. Es como cuando a los dibujos animados les brilla la dentadura: ¡ping! El corazón se me sale del pecho.
– Es un narcotraficante, como dijo Rebecca. Confía en tus temerarias. Tienes que dejar de caer en las redes de tíos así.
No veo por ninguna parte el parecido entre este joven y atractivo dominicano, y el estirado putero de Ed. Así que me pongo a la defensiva.
– Ah, y supongo que tu sobrio doctor es mejor.
Un golpe bajo, le duele.
– Lo siento -digo rápidamente-. No quería decir eso. Es que lo quiero. ¡Lo quiero! -Golpeo la mesa con el puño-. Lo que Lauren quiere, Lauren lo consigue, waa, waa.
– Ya basta -dice retirando mi copa-. Suficiente.
– Está caliente. Míralo. Está ardiendo.
Usnavys hace una mueca como si le hubieran pedido que se comiera un huevo podrido. Bucea en su resplandeciente bolso negro buscando la polvera de Bobbi Brown.
– Me parece que no, mi'ja. Puedes aspirar a algo mejor. Ten paciencia.
– No quiero algo mejor. Tenía algo mejor, ¿recuerdas? Algo mejor está jodiendo ahora mismo a una niña en tanga. Algo mejor te ha plantado esta noche. Algo mejor no tiene por qué ser mejor, ¿ves adonde voy a parar?
Usnavys se empolva la nariz, el dedo meñique estirado. Se ríe estruendosamente para asegurarse de que alguien, quien sea, cree que se lo está pasando en grande, aunque no sea así. Miro al guaperas otra vez y veo dos cositas jóvenes mariposeando a su alrededor. Tienen el pecho plano y coletas. Adolescentes. Más adolescentes. Me dan ganas de acercarme y aplastarlas, hasta que me doy cuenta de que pasa de ellas. Sigue mirando hacia donde estamos.
Le quito el vaso a Usnavys y lo vacío en dos rápidos tragos antes de que me lo arrebate. Y, sólo por molestarla, me bebo su vino también. Sintiéndome invencible, me bajo del taburete y voy hacia él dando tumbos. Usnavys pone los ojos en blanco y no intenta detenerme. Me conoce lo suficiente como para saber que ya no hay vuelta atrás.
Está con otros jóvenes. Bromean hablando muy rápido en un español con argot. La mayoría lleva pendientes de aro de oro. Cojo algunas palabras aquí y allá. Finjo ir a otro sitio, pero le sonrío al pasar. Me dice hola en inglés, o más bien, «hohla», y sonríe. Sus amigos me miran y se dispersan haciéndome sentir incómoda. Supongo que no ven mucha gente como yo por aquí. No llevo el uniforme que llevan las demás, que consiste en minivestidos ajustados de mal gusto, o pantalones pitillo con taconazos. De repente, me siento muy cohibida. Llevo pantalones anchotes de lana de Gap, de cuadros, y un suéter de cuello vuelto marrón a juego. Ah, y gafas. No estoy precisamente sexy. El pelo lo llevo recogido, porque después del día que he tenido no tenía fuerzas para secármelo. Mi maquillaje también es distinto. Ellas llevan los labios muy pintados y poco maquillaje en los ojos. Yo apenas llevo brillo en los labios y he marcado más los ojos.
– Lauren Fernández, su casa es tu casa, Boston -dice el guaperas, dando saltitos como un niño feliz.
Ah, claro. Los carteles. Me reconoce por los estúpidos carteles.
– Eres más clara -dice-. En los anuncios pareces más morena.
Habla en serio.
No sé muy bien qué hacer. Todos sus amigos me dan la espalda, no estoy segura de por qué. El guaperas me mira fijamente a los ojos mojándose los labios, tal y como había imaginado, cruza las manos delante de su entrepierna y se apoya en la barra.
– ¿Tienes número? -pregunta yendo directo al grano.
Habla un inglés con una mezcla de acento español y acento callejero de Boston. Recuerdo lo gorda, tonta y poco atractiva que soy, y me vuelvo para ver si su pregunta va dirigida a alguien más delgada, más guapa o mejor vestida. No. Me habla a moi.
¿Es así de fácil de verdad? ¿Es así su mundo? Ni un prolegómeno, nada sobre su graduación o su cartera de inversiones. El local da vueltas. La sangre se agolpa en mi pelvis. Me siento caliente y sudada y gorda y fea y tonta y engañada y triste y curiosa, todo a la vez. ¿Puede un hombre así de guapo interesarse de verdad en alguien como yo? Ya he bajado hasta la talla treinta y ocho, estoy segura, pero aún no he llegado a la treinta y seis.
– Sí -digo.
Saca un boli y un pequeño libro de direcciones del bolsillo de su chaqueta y lo abre por la F de Fernández. Le doy el número.
– Tan bonita -me dice en su extraño inglés-. Tan bonita, nena. Te quiero.
¿Me quiere? Miro hacia Usnavys. Está observándome, tapándose los ojos como quien ve un terrible accidente de coche. Con curiosidad, pero sin querer ver lo que va a pasar.
– ¿Cómo te llamas? -le pregunto.
– Jesús -dice.
Sus amigos se ríen. No sé por qué. Entonces dice:
– Jesús, no. Tito. Sí. Tito Rojas.
Sus amigos vuelven a reírse. Añade:
– No, Amaury.
Ni una risa.
– ¿De dónde eres?
– De Santo Domingo.
– ¿A qué te dedicas?
– Limpieza.
Eso es bastante noble.
– Llámame -le digo.
El suelo se mueve bajo mis pies y tengo que agarrarme a su brazo para no caerme. Estoy borracha. Le señalo y digo:
– Esta noche -digo mientras me alejo gritando-: Llámame esta noche. Yo también te quiero.
Los amigos levantan las cejas y Amaury parece avergonzado. Vuelvo donde Usnavys y le digo:
– ¿Ves? No es narcotraficante, como dijiste. Es un hombre de la limpieza. Limpieza.
Le saco la lengua.
– ¿Se llama Amaury? -pregunta la listilla.
Asiento.
– ¿Es de Santo Domingo?
Asiento de nuevo.
– ¿Te ha hablado de sus hijos?
Deniego con la cabeza. No sé si está de broma. Se ríe en voz alta.
– Ay, mi'ja. Tienes mucho que aprender sobre los latinos.
– ¿Qué se supone que significa eso?
– Na. Olvídalo.
– ¿Crees que no soy latina? ¿Por qué? ¿Porque soy clara? ¿Crees que hay que haber crecido en los suburbios para ser latina?
– No, lo eres, técnicamente. Pero tu parte blanca, sin embargo, te da bastantes problemas. Chica, me vuelves loca.
– Mi parte latina es blanca, ¿recuerdas? Somos de todos los colores.
– No empieces a redactar uno de tus artículos ahora, ¿vale?
Finge un bostezo de aburrimiento.
– No estoy de humor. Además, ya sabes lo que quiero decir.
– Cállate.
– Como quieras, mi'ja.
No pienso ni tocar el tema, no esta noche.
– Va a llamarme esta noche -presumo-. Cuando llegue a casa. Le deseo. Después del día de hoy, chica, me lo merezco. Saborearlo, comérmelo, vomitarlo. Eso es lo que hacen ellos, y eso es lo que voy a hacer a partir de ahora.
Usnavys se encoge de hombros.
– Entonces no puedo detenerte -dice-. Sólo te digo, mi’ja, que tengas cuidado. Quiero decir mucho cuidado. Conozco a su familia desde hace tiempo. Y no ha tocado una fregona en su vida, ¿vale, sucia? Créeme. Ese tipo no sirve pa'ná.
Para nada, ¿eh?
Suena a mi pareja ideal.
Amaury llama cuando llego a casa, tal y como dijo que haría. Me pide la dirección. Contra mi sentido común, se la doy.
– Yo en quince minutos -dice asesinando el inglés-. Prepárate a mí, nena.
Cuelgo y me siento, aturdida, en el sofá de flores de Bauer, el que compré en oportunidades en los bajos de Jordán Marsh. Miro el montón de fotos destrozadas que hay en la mesa de cristal. Las he roto todas, hasta la última reliquia de Ed. ¿La que nos hicimos en la entrada de la exposición de Botero en Manhattan el año pasado? ¡Destrozada! ¿Esquiando juntos en New Hampshire? ¡En pedazos! ¿Ed con gorro de chef sonriendo sobre una fuente de lasaña quemada con sabor a jabón, su único esfuerzo por cocinar para alguien? Ras, ras. Mi disco compacto de Ana Gabriel languidece. Yo languidezco también hasta que mi octogenario vecino de arriba da bastonazos en el suelo.
"El Club De Las Chicas Temerarias" отзывы
Отзывы читателей о книге "El Club De Las Chicas Temerarias". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "El Club De Las Chicas Temerarias" друзьям в соцсетях.