Cuando llegué a la biblioteca la tarde siguiente con la Biblia en una bolsa, Jean-Paul se tomó muy en serio la ceremonia de presentarme a la otra bibliotecaria, quien, tan pronto como vio la Biblia, abandonó su aire desconfiado.
– Monsieur Piquemal es experto en libros antiguos, en historia -me explicó con voz cantarina-. Es su especialidad. Pero yo sé más sobre novelas, historias románticas, cosas así. Libros más populares.
Me pareció advertir una pulla contra Jean-Paul, pero me limité a asentir con la cabeza y a sonreír. Jean-Paul esperó a que termináramos de hablar y luego me llevó a una mesa en la otra sala. Abrí la Biblia mientras él sacaba del bolsillo su trozo de sobre.
– Veamos -dijo, expectante-. ¿Qué has descubierto?
– Tu apellido es Piquemal.
– ¿Y?
– «Picadura dolorosa.» Perfecto -le sonreí y frunció el ceño.
– Pique también puede significar lanza -murmuró.
– ¡Mejor todavía!
– Veamos -repitió-. ¿Qué has encontrado?
Le señalé el nombre de la granja en el interior de cubierta, luego extendí mi mapa y señalé el lugar. Jean-Paul asintió con la cabeza.
– Bien -dijo, examinando el mapa-. Ahora no hay edificios allí, pero al menos tenemos la seguridad de que la Biblia procede de la zona. ¿Qué más?
– Una boda entre dos Tournier.
– Sí; primos, probablemente. No era demasiado infrecuente entonces. ¿Qué más?
– Hum, hay uno que nació un primero de enero.
Jean-Paul alzó las cejas; me arrepentí de haber hablado.
– Algo más? -insistió.
– No -resultaba irritante una vez más, pero no le era posible estar a su lado y hablar como si la noche anterior no hubiera sucedido nada. Su brazo se hallaba tan cerca del mío que podía rozarlo sin hacer ningún esfuerzo. Esto es lo más cerca que vamos a llegar, pensé. Hasta aquí y nada más. Estar sentada junto a él me pareció un triste, inútil.
– ¿No has encontrado nada más interesante? -sopló Jean-Paul-. Bah, educación americana. Serías una mala detective, Ella Tournier -al ver mi expresión se calló y pareció avergonzado-. Lo siento -dijo, pasando al inglés como si aquello fuese a aplacarme-. No te gustan mis bromas.
Negué con la cabeza y seguí con los ojos fijos en la Biblia.
– No es eso. Si no quisiera que me tomaras el pelo no hablaría nunca contigo. No, es sólo que… -agité la mano como para cerrar el tema-, la otra noche -expliqué en voz baja-. Es duro estar aquí de esta manera
– Ah -seguimos juntos, mirando la lista de la familia, muy consciente cada uno de la presencia del otro.
– Curioso -rompí el silencio-. Acabo de darme cuenta. Etienne se casó con Isabelle un día antes de su cumpleaños. Veintiocho y veintinueve de mayo.
– Sí Jean-Paul me golpeó apenas la mano con un dedo-. Sí. Fue lo primero en lo que me fijé. Extraño. De manera que me pregunté si era una coincidencia. Luego vi la edad que tenía. Veinticinco el día después de la boda-
– Cumplió los veinticinco.
– Sí. Ahora bien, entre los hugonotes de la época, cuando un varón cumplía veinticinco años, ya no necesitaba el permiso de sus padres para casarse.
– Pero tenía veinticuatro cuando se casó, de manera que necesitaba el permiso.
– Sí, pero parece extraño casarse tan cerca de los veinticinco. Como para que cualquiera se pregunte sobre la opinión de los padres. Luego seguí mirando -señaló la página con un gesto-. Mira la fecha en que nació su primer hijo.
– Sí, el primero de enero, como ya he dicho ¿Y qué?
Clavó los ojos en mí con el ceño fruncido.
– Mira otra vez, Ella Tournier. Usa la cabeza.
Examiné la página una vez más. Cuando entendí de qué estaba hablando, no podía creerme que no me hubiera fijado antes, sobre todo una persona como yo. Empecé a calcular deprisa, utilizando los dedos.
– Ya lo entiendes.
Asentí, hice el cálculo final y anuncié:
– Isabelle habría concebido a su hijo hacia el diez e abril, más o menos.
Jean-Paul pareció divertido.
– ¿Diez de abril, eh? ¿De qué estamos hablando? -fingió que contaba con los dedos.
– El parto se sitúa aproximadamente a doscientos sesenta y seis días de la concepción. Más o menos. La estación varía de una mujer a otra, por supuesto, y probablemente todo era un poco diferente entonces. Dieta diferente y también distinto físico. Pero en abril, de todos modos Sus buenas siete semanas antes de casarse.
– ¿Y cómo sabes eso de los doscientos sesenta y seis días, Ella Tournier? No tienes hijos, ¿verdad? ¿O los has escondido en algún sitio?
– Soy comadrona.
Pareció desconcertado, de manera que lo dije en francés.
– Une sage femme. Je suis une sage femme.
– Toi? Une sage femme?
– Sí. Nunca me has preguntado cómo me gano vida.
Se quedó cabizbajo, una expresión poco frecuen` en él, y sentí alegría; al menos una vez había quedado por encima.
– Siempre me sorprendes, Ella -dijo, moviendo la cabeza y sonriendo.
– Vamos, vamos, prohibido flirtear; de lo contrario tu colega se lo contara a toda la ciudad.
Los dos miramos instintivamente hacia la puerta nos sentamos más erguidos y yo me aparté un poco más de él.
– De manera que se casaron de penalti -afirmo para retomar nuestras investigaciones.
– ¿Qué tiene que ver esto con el fútbol?
– Es una manera de decirlo. Significa que los padres de la chica le obligaron a casarse al descubrir que estaba embarazada. En casos así, la broma en Estados Unidos es que el padre de la novia lleva a su hija al altar con un rifle bajo el brazo.
Jean-Paul pensó durante un instante.
– Quizá fue eso lo que sucedió -no parecía convencido.
– ¿Pero?
– Pero eso…, casarse de penalti, dices…, no explica por qué lo hicieron tan cerca del cumpleaños de Etienne
– Bueno; en ese caso fue una coincidencia que se casaran el día antes. ¿Y qué?
– Tú y tus coincidencias, Ella Tournier. Eliges la que quieres creer que son algo más que coincidencias. De manera que esto es una coincidencia y Nicolas Tournier, no
Me puse tensa. No habíamos vuelto a hablar de pintor desde nuestra violenta discrepancia por causa suya
– ¡Yo podría decir lo mismo sobre ti! -repliqué- Elegimos diferentes coincidencias por las que interesarnos, eso es todo
– Me interesaba Nicolas Tournier hasta que descubrí que no era familia tuya. Le di una oportunidad Y también le doy una oportunidad a esta coincidencia.
– De acuerdo; ¿por qué tendría que ser esto algo más que una coincidencia?
– Se trata de la fecha y del día de la boda. Los dos malos.
– ¿Qué quieres decir con malos?
– En el Languedoc estaba muy extendida la creencia de que no había que casarse ni en mayo ni en noviembre
– ¿Por qué no?
– Mayo es el mes de la lluvia, de las lágrimas, y noviembre el mes de los muertos.
– Pero eso no es más que superstición. Creía que hugonotes trataban de no ser supersticiosos. Que era vicio católico.
Aquello lo detuvo un momento. No era el único que había estado leyendo libros.
– Sin embargo, es verdad que había menos bodas esos meses. Y además el veintiocho de mayo de 1563 fue lunes, y la mayoría de las ceremonias eran en martes o sábado, los días preferidos.
– Un momento ¿Cómo puedes saber que fue lunes?
– He encontrado un calendario en Internet.
El más insólito de los empollones. Suspiré.
– Es evidente que has elaborado una teoría sobre que sucedió. No sé por qué me molesto en pensar que tengo algo que decir en todo esto.
Me miró.
– Pardon. Te he robado tu investigación, ¿no es eso?
– Sí. Escucha, agradezco tu ayuda, pero cuando haces algo, no utilizas más que la cabeza, falta el corazón. entiendes?
Hizo algo parecido a un mohín con los labios y asintió con la cabeza.
– De todos modos, me gustaría oír tu teoría. Pero es más que una teoría, ¿no es cierto? No necesito renunciar a mi idea de que fue una boda de penalti.
– No. Quizá los padres de Etienne se oponían a matrimonio hasta que se enteraron de la existencia de bebé. Entonces apresuraron la boda de manera que los vecinos creyeran que los padres siempre habían estado d acuerdo.
– Pero ¿no lo habría sospechado la gente, dadas la fechas? -no me costaba imaginar una versión de Madame, la boulangére, sacando las conclusiones pertinentes
– Quizá, pero siempre sería mejor que se les viera dar su consentimiento.
– Por mor de las apariencias.
– Sí.
– De manera que nada ha cambiado mucho en le últimos cuatrocientos años, a decir verdad.
– ¿Esperabas otra cosa?
La bibliotecaria apareció en el umbral. Debíamos dar la impresión de estar absortos en nuestra tarea, pon que se limitó a sonreírnos y volvió a desaparecer.
– Hay una cosa más -dijo Jean-Paul-. Una pequeñez. El nombre Marie. Es extraño que una familia de hugonotes le pusiera ese nombre a una niña.
– ¿Por qué?
– Calvino quería que la gente dejara de venerar a la Virgen. Creía en el contacto directo con Dios sin intermedio de una figura como la suya. Se la consideraba una distracción que apartaba de Dios. Y la Virgen es parte del catolicismo. Es extraño que pusieran a su hija el nombre de la Virgen.
– Marie -repetí-
Jean-Paul cerró la Biblia. Vi cómo tocaba la cubierta, cómo seguía con el dedo el contorno de una hoja dorada.
– Jean-Paul.
Se volvió hacia mí, los ojos brillantes.
– Ven a casa conmigo -ni siquiera me había dado cuenta de que iba a decir aquello.
Exteriormente su rostro siguió igual, pero el cambio entre nosotros fue como si el viento invirtiera su dirección.
– Ella, estoy trabajando.
– Después del trabajo.
– ¿Y tu marido?
– Se ha marchado -empezaba a sentirme humillada-.
– Olvídalo -murmuré-. Olvida que te lo he pedido -empecé a levantarme, pero puso la mano encima de la mía y me detuvo. Al dejarme caer de nuevo en el asiento, Jean-Paul miró hacia la puerta y retiró la mano.
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